miércoles, 22 de julio de 2009

Se sigue yendo...

Con ustedes los otros 2 ganadores de "Te conozco mascarita"
Iván Mantovani dijo:
Para mi la mejor historia es la que me contó mi amigo Gaby, el pelado, con la foto que viene a continuación. Transcribo parte de la conversación.

Gaby dice: ahora que tenemos???
Iván dice: mascaritas, hay que mandar una foto disfrazado
Gaby dice: jaja, yo tengo una, disfrazado de tortuga y con cara de culo encima. Me comí 20 cuadras en una carroza a 10 km/h con una caparazón hecha con hierro del 6 y forrada en tela marrón.
Iván dice: jajaja
Gaby dice: odio a mi vieja, odio a mi colegio por eso. 10 años tenía y te juro que no lo superé. No sabes como dolía el caparazón ese. Encima, ¿viste cuando cortas los hierros con tijera? quedan con punta...
Iván dice: era un suplicio
Gaby dice: exacto! Mirá mi cara en la foto, la odié a mi vieja. Y la carroza salió segunda!!! La concha de su madre!! Ni siquiera ganamos. te juro que me ponen manuelita y lloro. Era el único pibe del curso que odiaba las tortugas ninja!...
Iván dice: no puedo parar de reirme
Gaby dice: es que es un trauma. Encima la típica de mi vieja, cada mina que conoce... tuqui, le muestra la foto y se cree que es tiernoooooooo!!! La odio!!!! si la mato primero le pongo el caparazón.
Iván dice: y le haces escuchar manuelita en el MP3
Gaby dice: si... dps le saco una foto al caparazón del lado de los hierros, está guardado en le depósito.
Iván dice: dale... voy armando la historia y te la paso entonces.
Gaby dice: jajaja... si te sirve mandala, capaz hago terapia.
Iván dice: Si gano la fecha, me contratás de terapeuta.
Gaby dice: Ah, demás está decirte que a mi vieja... se le escapó la tortuga

Iván Schuliaquer dijo:
- ¿Puedo ir al baño? - No, nene. Ya empieza el acto.
La directora había sido contundente: me la iba a tener que bancar durante todo el tiempo que durara el acto escolar por el día del maestro. Yo tenía 7 años, estaba en primer grado, y fingía ser un chivo. Mi mamá había laburado para hacerme el traje: gorro de lana con orejitas no era demasiado original, el traje gris de un material parecido al neoprén sí y también caluroso e incómodo. En el público debía haber 100 personas, a mí me parecía que enfrentaba a una multitud, que iba entre las 20 y las 5 mil personas: no tenía ninguna noción del cálculo de espectadores de aquel momento.
Me hice el distraido y me escondí atrás del telón del escenario. Me quedé ahí durante una hora. Pasaron los discursos, pasaron los himnos, pasaron las actuaciones. Yo estaba acurrucado entre ese enorme telón marrón brilloso y la pared de ladrillos. Creo que solo había lugar para alguién como yo. Mientras me moría de calor, me relajé e hice lo que me obligaron a hacer.
Terminó el acto.
Bajé cuando todos los padres venían a saludar.
- No te vi durante el acto, ¿donde estabas? - preguntó mi madre con ingenuidad.
- Por ahí - respondí. Y seguí - ¿Nos vamos?
- Sí, sí, le damos el regalo a la maestra y nos vamos.
- Vámonos ahora. - No, démosle el regalito a la Seño.
Cruzado de brazos me senté. En ese momento lo que tenía atrás se desparramó. Fue una sensación incomparable. tenía ganas de volver un minuto hacia atrás y decirme: "Se puede estar peor, solo basta con sentarse". El asunto era desagradable, la conciencia que puede tener un chico a los 7 años es bastante mayor de la que uno cree cuando mira desde ojos adultos.
Y ahí estaba ella: canosa, de rulos, con una camisa floreada y una pollera negra larga e insulsa. tenía muchos años pero la empatía no la había desarrollado. Parecía que tampoco tenía la más mínima piedad.
- ¡Nene! ¡Vos te hiciste encima! - grito en el pasillo del glorioso Francisco Desiderio Herrera de Villa Crespo. los pasillos lo escucharon y creo que hasta hoy lo deben recordar.
No señora. Yo no me hice nada. - mentí desde una posición vulnerable e imposible de pilotear, pero con la poca dignidad que me quedaba.
La anciana se fue, y me dejó a mí solo: yo ya no estaba dispuesto a moverme.
Mi mamá bajó, me agarró de la mano, saludo a algunas otras madres y salimos. Tomamos un taxi, y yo me agarré del asiento del acompañante y me mantuve semiparado, intentando no tocar el asiento trasero.
Quizás por instinto maternal, por esa cosa de que las madres siempre ven a sus hijos como lo más hermoso que dio el mundo, como criaturas solo comparable a una planta: son vegetales a la hora de tomar decisiones, no pueden decidir por sí solos, y huelen como flores. Igual, supongo que mi vieja debía tener un resfrío severo.
- Hijo, ¿por qué no te sentás bien? - me preguntó sonriendo de manera inocente.
No sé si las palabras que recuerdo son las que dije, pero me gusta pensar que fue así. Creer que de verdad me planté en el momento de quejarme con sinceridad, y que por eso le grité:
- ¡¡Porque me cagué boluda!!

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